Así lo definía
en su momento Arsène Wenger, el
todopoderoso entrenador francés y
manager del Arsenal: “ Abramóvich puede pagar lo que quiera, como quiera y cuando él quiera .A mi modo de ver el Chelsea es un club
dopado económicamente ya que sus recursos son artificiales y no tienen nada que
ver con los propios del club. Competir
contra el Chelsea es luchar contra un club que no tiene reglas económicas, ni de ninguna clase”.
Abramóvich compró el Chelsea en 2003 y lo
convirtió en un club aparte. El que hoy en día todos conocemos perfectamente… Mourinho al margen.
En 2005 ya era uno de los equipos más ricos del mundo y, además, campeón de la
Premier, de la Copa de la Liga y en semis de la Champions. Con más de 221 millones de euros de negocio, en 2006. También sus aficionados son los que
más pagan en Inglaterra: dejan en Stamford Bridge una media superior a los 3500
euros cada uno, por temporada. Poco a
poco sus balances se han ido equilibrando pero sin que haya llegado a importarle,
nunca, un déficit tras otro, supermillonarios.
En fin, la trayectoria deportiva del Chelsea
ya la conocemos todos. Pero ¿quien es,
en realidad, Roman Abramóvich, para el que se instauró una nueva definición:
“el rey de los petrorublos”.?Vaya por delante que únicamente un individuo se atrevió a decirle a la cara algo así: “En
el Chelsea usted no tendrá necesidad más que de una sola estrella: yo”. Esta
fue la frase con la que se presentó Xose
Mourinho, a su llegada a Londres en el verano de 2004, tras haber quedado campeón
de Europa con el Oporto. Y ahí comenzó a fraguarse lo del “the Special One”.
Según Forbes, en aquellos momentos Abramóvich,
con apenas 40 años de edad, era ya la segunda fortuna de Inglaterra y la
vigésimoquinta del mundo, posición que,
curiosamente, ocupaba previamente un amigo mío y magnate del tenis, el tejano Lamar
Hunt. Roman era el más joven entre los multimillonarios del
mundo. Y su desembarco en el fútbol de Inglaterra supuso algo impensable hasta
aquel momento: el Chelsea fue el primer equipo en no alinear, en un partido de
la Premier…¡ningún jugador inglés entre los once titulares!. Y sabido es la
opinión mayoritaria que tienen los ingleses-tan suyos- del resto de los
europeos, continentales, salvada la alternante complejidad con los normandos.
Fue en abril de 2003, presenciando un partido de Champions que,
precisamente, jugaba el Real Madrid en Old Trafford contra el United (7
goles, 4-3 para el Manchester), cuando Abramóvich decidió comprar un club inglés. Su repentino y
algo tardío amor por el futbol le llevó a
adquirir el Chlesea…por casualidad. Sus colaboradores le prepararon una
lista completa de los equipos más
importantes de Inglaterra, con los correspondientes pros y contras financieros.
Repasando balances del United, Tottenham, Arsenal y Chelsea, se decidió de
inmediato por este último. Probablemente se inclinó por los “bleus” por la
decisión del presidente de entonces, Ken Bates, que lo había comprado en 1982.
Se lo vendió… ¡por una libra esterlina!.
Durante muchos años resultaba imposible
profundizar en la vida de Abramóvich. Imprecisiones, algún detalle aparente y
presuntamente turbio, le mantenían en el anonimato. Para sacarle de él fue
preciso que un importante periódico ruso ofreciera … ¡30.000 euros! de recompensa
a quien facilitara una fotografía para poder publicarla. Corrí el verano de
1999.
Huérfano a los 4 años de edad, Abramóvich fue un
modestísimo alumno del Instituto del
gas del petróleo, de Moscú, de
donde fue capaz de proyectarse hasta convertirse en Gobernador de su pobre
provincia de Tchoukotka, una inhóspita región de hielos eternos, situada en el extremo-Oriente de
Siberia. Desde ahí propició una obscura
y, pese a ello, muy próxima relación con
el Kremlin, camino de sus ansias de dinero y poder. Y de ahí, una amistad muy próxima con
Tatiana, hija del mismísimo Boris Eltsine, le facilitó su rápida ascensión, y
el enriquecimiento repentino, a través de sus tejemanejes con el petróleo ruso.
Ya multimillonario, decidió, como otros de sus
compatriotas, instalarse en Londres, lo que justificó a sus íntimos con esta
reflexión:” En Rusia ser rico no esta nada bien visto. Sin embargo, en Estados
Unidos y en Inglaterra, es un asigno de reconocimiento inmediato.”
Su ascensión fue fulgurante. Cuenta una
leyenda que mientras buscaba un domicilio de carácter fijo en la capital
inglesa, pasó por delante de Buckingham Palace y exclamó.”Este está bien”. Cuando le aclararon el “malentendido”, acabó adquiriendo un hotel en la capital
inglesa y un castillo en Sussex que comprende, entre otras muchas y lujosas
instalaciones, hasta dos terrenos de
medidas reglamentarias para jugar al Polo, deporte aristocrático donde los
haya, que le apasiona. Y me contaba un amigo de Michael Ballack, el
internacional alemán, una de las primeras superfiguras que Abramóvich fichó y
convirtió en millonario, que el magnate ruso, por aquel entonces, quería
comprar también el castillo del Conde
Drácula, en Rumania, por el que llegó a ofrecer hasta 50 millones de euros.
Gran amante de la pesca en gran escala,
adquirió cuatro yates, a cual más amplio y lujoso, dos de los cuales capaces
para que pueden posarse y transportar helicópteros. También
adquirió dos Boeing. Y la anécdota más curiosa es la que reveló el delantero
argentino Hernán Crespo, otra de las figuras, junto al ya citado Ballack,
Chevtchenko, Drogba, Essien, etc. que Abramóvich pagaba a precio de oro. Desveló Crespo que
cuando el Chelsea estaba buscando unos terrenos mayores para dedicarlos a
ciudad deportiva y de entrenamientos, se
subió a unos de sus helicópteros, sobrevoló Londres y al pasar por encima de
Hyde Park, dijo de inmediato:”Esto…Este terreno es el que necesitamos. Que lo
compren”.
Estas excentricidades del magnate ruso y sus
excesos, llevaron el caso, a través del entonces Ministro de Deportes, Tony
Blanks, a la mismísima Cámara de Los Comunes. Pero no se le hizo el más mínimo
caso…Y ello a pesar de que en un país donde la actuación y las finanzas de los
clubs se estudian minuciosamente, el hecho de que en dos temporadas los
ingresos cubrieran solamente el 40 % de los cuantiosos gastos, no tuvo la menor
repercusión oficial.
Lo curioso de este hombre, a veces taciturno,
extraño y siempre inaccesible, es su actuación personal en partidos y sesiones
de entrenamiento. Procura no perderse
ninguno. Acude al vestuario y comparte alegrías y penas. Si se pierde se sienta
en el banco y se mesa los cabellos como un simple jugador más.
Y para los aficionados al FC Barcelona, otro
detalle que agradecerle a Ronaldinho, el jugador que en 2003 le cambió la cara
y el destino, al Barça. En 2004, jugaban en Paris la Canarinha y Francia. Era
un partido amistoso de selecciones. El propio Abramóvich, en persona, se
personó en el hotel de concentración de los brasileños, llamó a la puerta de la habitación de
Ronaldinho, que le franqueó educadamente la entrada. Hablaron brevemente. Roman
le ofreció un contrato de ensueño –no podía ser menos- y le entregó una
camiseta del Chelsea que llevaba expresamente preparada, para que el astro
brasileiro posara con ella anunciando su compromiso con el Chelsea .O Chelki, si quieren, que es como le denomina
el propio Abramóvich, medio inglés, medio ruso.
Y Ronaldinho, con esa amplia sonrisa tan característica suya, rechazó
amablemente la muy suculenta oferta, infinitamente superior a la que tenia en
Barcelona.
Pocas. Muy pocas “calabazas” se habrá llevado Abramóvich a lo largo de su vida
millonaria. De jugadores, entrenadores, autoridades, modelos, vedettes y novias
más o menos oficiales.
“Obrigado mais uma vez, Ronnie”.
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