miércoles, 11 de julio de 2012

Tenis Británico : la realidad

Federer y Wade, 2009

El suizo Roger Federer  ha ganado su séptimo Wimbledon. Ha igualado a Pete Sampras y Steffi Graf.  A punto de cumplir 31 años –ocurrirá el 8 de agosto próximo- algunos ya daban por finiquitada su carrera en ese dañino afán de acabar con los mitos…al tiempo que se les adora en el pedestal de la gloria. Extraño contrasentido…Con esa victoria, Roger ha recuperado el número uno  en la clasificación mundial, superando a Djokovic y Nadal. Ahora le espera un reto muy cercano: el oro olímpico –no lo tiene aún, puesto que en Pekin lo ganó Rafa- en el apartado individual. En el doble, sí que lo logró.  Y no olvidemos que los Juegos se desarrollan en Londres y  Wimbledon será el catedralicio escenario de la disciplina tenística. En resumen, el  Jardín de Roger.
Pero esta hazaña del suizo ya ha ocupado portadas, titulares y programas completos –televisión y radio- en el mundo entero. Por eso yo quiero referirme a determinado matiz con el que quiero aclarar algún concepto que ha venido siendo el añadido a este triunfo de Federer. He leído y oído que  con la presencia en la final del escocés Andy Murray el tenis británico ha estado cerca de romper una larga sequía de 76 años. Exactamente desde que en 1936, Fred Perry fuera el último inglés en ganar en la Catedral.
Bien…Me parece justo aclarar algo. Sin nos referimos al tenis británico, en general, esta referencia no es exacta. En el año 1977 se cumplía el Centenario de Wimbledon.  Una efeméride   inolvidable  en mi carrera periodística puesto que, auxiliado por técnicos de la BBC, se habilitó una  pequeña cabina desde la cual retransmití el acontecimiento para Televisión Española. Recuerdo perfectamente el desfile de los viejos campeones, la satisfacción con la que periodistas locales y tabloides más o menos sensacionalistas, vivieron y celebraron aquella quincena. Y como todo quedó enaltecido con la presencia y protagonismo de la mismísima reina Isabel. Pero, por encima de todo, recuerdo la inmensa alegría de la gente, autoridades, políticos y medios de comunicación, porque precisamente ese año se rompía la sequía del tenis británico. Una tal Sarah Virginia Wade (Bournemouth, 10-7-1945), a punto pues de cumplir 32 años, ganó en la final femenina a la holandesa Betty Stove, por  4-6,6-3 y 6-1. Triunfo que supo todavía  mejor puesto que la conocida simplemente como Virginia Wade hubo de remontar la pérdida del primer “set”. El titular más utilizado, al día siguiente, con caracteres alarmantes en toda la prensa, era el que hacía referencia a que “Gran Bretaña encontró su gloria”.
Virginia Wade, 1977
No es cierto, pues, que los británicos o las británicas hayan estado cerca de ganar el considerado primer torneo del mundo, 76 años después de que lo hiciera Fred Perry en 1936. Virgina Wade rompió esta maldición en 1977. La mismísima reina Isabel bajó a la pista –ese día no hizo los honores ni el Duque ni la duquesa de Kent, como ha venido siendo habitual-  y le entregó, en persona, a Virginia, el enorme y tradicional plato que distingue a la campeona de Wimbledon, ante el entusiasmo y la emoción de toda Gran Bretaña.
Pero es que antes de Virginia y después de la victoria previa a la Segunda Gran Guerra, de Dorothy Round (1937), otras británicas, Angela Mortimer (1961) y Ann Jones (1969), ya habían ganado en Wimbledon. Por cierto que aquel año de 1977, Virginia Wade no era la favorita de público y prensa locales, que habían elegido como su preferida, a la rubita, más joven, Sue Barker. Pero, con su victoria, Virginia era capaz de acabar el año como cuarta jugadora mundial, por delante de la citada Sue Barker y por detrás de tres monstruos como Chris Evert, Billie Jean King y Martina Navratilova.  La Wade, que ya empezaba a peinar un frontal con incipientes canas, estrenó otra clasificación, la “Sonny Ericsson WTA Tour Awards” que iba a designar a la “tenista del año”, distinción que en temporadas siguientes  -hasta 1996- iban a copar  Martina Navratilova y Steffi Graf, con esporádicas apariciones de Chris Evert, Tracy Austin y Mónica Seles. Y, finalmente, Sarah Virginia Wade “puso” en el mercado una marca de ropa que iba dominar el mundo en las dos décadas siguientes: ELLESSE, oriunda de Perugia (Italia). Y  a la vez acabó con los desfiles que propiciaba  y organizaba el modisto Teddy Tinling, previos  a cada torneo londinense.
De manera que no es exacto que el tenis británico lleve 76 años intentando ganar en Wimbledon.  En esta época, en la que la igualdad entre hombres y mujeres está cada vez más aceptada, no vale con acordarse únicamente de la prueba masculina de Wimbledon.  La mujer también ha tenido algo que decir.  Lo correcto es puntualizar que el tenis británico no gana la prueba individual de Wimbledon desde hace 35 años.
A destacar que en el apartado masculino irrumpió un jovencito zurdo, descarado e incluso mal educado, que había llegado desde los Estados Unidos para jugar la prueba junior, John McEnroe … No pudo hacerlo y en la categoría absoluta llegó a semis, en las que arrebató un “set” al mismísimo Jimmy Connors, cabeza de serie número uno, al que  puso en constantes apuros durante todo el encuentro. En la final, Bjorn Borg, favorito número dos, ganó a “Jimbo” en cinco disputadísimas mangas.
Por cierto que aquel año de 1977 pasaron otras cosas en el tenis mundial. Como por ejemplo apareció  en Roland Garros,  inventada por un técnico alemán, la raqueta de “doble cordaje” -¿recuerdan?-  que permitió a tenistas de evidente mediocridad, llevar a cabo algunos éxitos pasajeros, hasta que la Federación Internacional optó por declararla ilegal. Incluso Ilie Nastase, siempre controvertido y genial  llegó a probarla.
La pugna, en lo más alto del “ranking” entre Connors,  Borg y Vilas, hizo que mucha parte de la prensa asimilara el tenis de alta competición a la “Guerra de las Galaxias”, la película de Spielberg que aquel año de 1977 establecía records de taquilla en el mundo entero.
Y también iba a ocurrir, después de aquella edición de Wimbledon, algo trascendental: tras 54 años de presencia continuada en el West Side Tennis Club de Forets  HIlls, los Internacionales de Estados Unidos iban a trasladarse, al año siguiente, a un nuevo complejo que estaba en plena construcción. Hoy es conocido como Flushing Meadow.
Séame permitido, para cerrar este álbum de recuerdos, una breve licencia en mi carrera profesional.  Aquel 1977 en Wimbledon,  también establecí una marca modesta, que me llenó de satisfacción. Durante la transmisión de la prueba masculina, el día de las semifinales, estuve hablando sin interrupción durante 7 horas y 40 minutos, sin otra presencia en mi cabina, cada dos  horas, de una señora,  que dejaba encima del pequeño mostrador un bocadillo en el que rebosaban, en su contorno circular, varias hojas de lechuga. Pegarle un mordisco a aquel panecillo suponía algo así como meterse en la boca media docena de chicles, a la vez.
Con los años, creo que en la década de los noventa, Matías  Prats y Andrés Gimeno superaron, en Australia–por poco- aquella marca de la que tan orgulloso me sentía. Claro que ellos…eran dos.


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