Hoy, cuando se debate si el Barça de Guardiola es “el mejor equipo de la Historia ”-cuestión difícil e imposible de discernir- o, en tono menor, si practica el mejor fútbol jamás visto, me parece oportuno recordar a los más jóvenes algo que ocurrió el 26 de enero de 1955 –pronto se cumplirán, pues, 57 años- y que quienes pudimos verlo en directo no lo olvidaremos jamás. Hablamos, eso si, de un solo partido. De un acontecimiento aislado y singular. Pero que fue arte puro… Al día siguiente, a la hora de juzgarlo, los medios de comunicación agotaron todos los adjetivos que suponían pasmo, admiración y reconocimiento. He aquí algunos titulares: “SINFONIA DEFINITIVA”, “PIEZA MAESTRA”, “ESPLÉNDIDO Y LUJURIOSO COLORIDO”, “CONCIERTO FUTBOLÍSTICO INENARRABLE”, “CARNAVAL DE FÚTBOL” y un largo etc.
En un campo –entrañable escenario de mi niñez- de Las Corts, abarrotado y expectante, jugaron por vez primera con tanto público, vistiendo la misma camiseta, Ladislao Kubala y Alfredo Di Stefano. Aquel 26 de enero fue la fecha escogida para celebrar un partido benéfico que iba a enfrentar una Selección de Barcelona al equipo italiano del Bolonia, segundo clasificado en el “calcio” del momento, detrás del Milán. Representaban, pues, a un fútbol de primera línea si bien todavía estaban recuperándose de la catástrofe aérea de Superga ocurrida seis años antes, en la que perdieron la vida los jugadores del Torino, sin duda el mejor equipo europeo de la época y probablemente del mundo, con hombres tan recordados como Bacigalupo, los hermanos Ballarin, Mazzola, Martelli, Castigliano, etc. Por cierto que de aquel desastre se había librado Kubala por pura casualidad. Aunque esta ya es otra historia.
Tratándose de un encuentro con fines benéficos y dadas las “especiales” circunstancias que rodearon el fichaje de la “saeta rubia” por el Real Madrid, en dura y polémica pugna con el FC Barcelona, Santiago Bernabeu, presidente blanco, aceptó ceder a su jugador-estrella para que se alineara en un partido esperado en la Ciudad Condal como oro en paño. No obstante, dos días antes del señalado para el encuentro, llegaron inquietantes rumores originados en la capital, diciendo que el astro argentino, lesionado, no podría desplazarse a Barcelona, lo que obligó a que la directiva del Real Madrid emitiera un comunicado oficial confirmando su presencia, conforme a lo acordado.
Los colores oficiales del Bolonia eran camiseta azulgrana y pantalón blanco. La Selección de Barcelona vistió camiseta blanca y pantalón negro. Disputaron un trofeo cedido por el Excmo. Señor Gobernador Civil de la Provincia , Felipe Acedo Colunga. El partido dio comienzo a las tres horas y cuarenta minutos de la tarde, un horario habitual en aquel entonces y en las taquillas no quedó ni una sola localidad. La entrada general costaba 15 pesetas y los socios del Barça y del Espanyol (entonces Español, claro) pagamos 10 pesetas. Comparativamente vale la pena recordar que tres días antes, en partido de Liga que el Espanyol disputó, en su campo de Sarriá, frente al Valladolid, las “entradas especiales” costaban 17 pesetas, el “gol con asiento fijo”, 35 pesetas y en la “tribuna central” se llegó al astronómico precio de 125 pesetas. Para los que no conocieron la peseta o no la recuerdan sería algo así como unos…¡75 céntimos de Euro!.
En la última jornada de Liga disputada, el Barça, al empatar (2-2) en el Metropolitano frente al Atlético de Madrid, atrapaba al Real en el primer lugar de la Liga , igualados a 39 puntos. El Espanyol que también empató en casa, a un gol, con el Valladolid era quinto por la cola, superando a Coruña, Málaga, Alavés y Santander. El Bolonia, por su parte, llegaba imbatido en su Liga, después de 9 partidos disputados y tras acabar de superar, a domicilio, al Pro Patria por 0-2. Por cierto que este era el equipo de Busto Arsizio que había acogido a Kubala, tras su huida de Hungría y antes de recalar, definitivamente, en el fútbol español.
Aquel mismo día los azulgrana Ramallets (guardameta), el medio volante Bosch y los delanteros (extremos) Tejada y Manchón, convocados por el seleccionador nacional Ramón Melcón estaban en Madrid para un partido de preselección que enfrentaba a España con el equipo belga del S.E. Royal Liegeois. Lo mismo ocurría con el españolista Marcet, llamado a última para suplir al lesionado Pérez Payá. Así las cosas, José Luis Lasplazas, periodista decano de la prensa deportiva barcelonesa y encargado de confeccionar la Selección de Barcelona, decidió alinear, como titulares, a defensa y media del Espanyol y una delantera del FC Barcelona reforzada con el citado Di Stéfano. La lista de convocados la componían los porteros Domingo y Soler, los defensas Argilés, Parra y Gimeno, los medios Gámiz, Faura y Gonzalvo III y los delanteros Mandi, Villaverde, Kubala, Moll, Basora, César y Di Stéfano.
Jugaron, por los barceloneses, bajo el patrón del momento, una WM a la inglesa, Domingo; Argilés, Parra, Gimeno (Faura); Gámiz, Faura (Gonzalvo III); Basora (Mandi), Villaverde (Moll), Di Stéfano, Kubala y Moll (Basora). Entre paréntesis, los cambios habidos en la segunda parte. El Bolonia alineó a Giorcelli; Greco (Rota), Giovanni (Greco), Nolli; Ballacci, Pilmark (Cansen); Valentinazzi, Pozzan, (García), Pivatelli, García (Randon) y Capello.
No se confundan. Aquel Capello no es el Fabio que todos conocemos. Fabio tenía entonces, 9 años. Lo que quizá les llame la atención es la presencia de un apellido evidentemente español –García- uruguayo de nacimiento y que le quedaban cinco meses de contrato con el Bolonia y estaba deseoso de regresar a su país de origen, donde acababa de inaugurar un pequeño comercio y le esperaban su esposa y un niño de corta de edad. Fue tanteado por algún equipo español pero no quería prolongar su estancia en Europa. Después de aquel partido se fue a cenar y a “platicar” con sus compatriotas Villaverde y Moll que habían formado parte del combinado barcelonés y quienes le contaron las excelencias de jugar y vivir en España. Pero ni por esas…
En los comentarios pre-partido, la prensa de la Ciudad Condal era unánime en sus predicciones:”de la unión por primera vez en el mismo equipo de Kubala y Di Stéfano, se esperan auténticas diabluras”. Como se puedo comprobar luego, estos comentarios incluso se quedaron cortos. La Selección de Barcelona ganó por 6-2. El primer tanto llegó cuando apenas habían transcurrido 30 segundos, después de que Di Stéfano cediera el balón a Basora, éste chutara y, tras un rechace, Faura inauguró el marcador de un disparo lejano.
Apenas 3 minutos más tarde, a la salida de un córner, remató Kubala, duro y por bajo, para establecer el 2-0. A los 23 minutos, un gol de ensueño: Kubala controló el balón, avanzó, pasó de tacón a Di Stéfano que llegaba desde la segunda línea y la “Saeta” remató con potencia: 3-0. Pero, a pesar de la belleza de esa jugada y el gol, aun fue superado por el 4-0, que marcó Kubala. La jugada nació en sus botas. Tras ceder la pelota a Faura, Kubala buscó el desmarque en profundidad y le pidió al españolista que se la devolviera. Faura templó el pase con tino, Kubala hizo un control orientado, superó a la defensa y con una mágica vaselina batió el meta italiano. Claro que entonces esa palabra no se empleaba y todo quedaba en un” balón bombeado”. Pero el gol fue para enmarcarlo. Era el minuto 26.
El joven delantero centro italiano, Pivatelli, un chico de 20 años que ya era la gran esperanza de futuro del “calcio”, estableció el 4-1, en el minuto 29
Pasada la media hora, en el minuto 33, Estanislao Basora corrió por su banda derecha, levantó la cabeza, centró hacia atrás y Dagoberto Moll llegó para controlar la pelota y marcar el 5-1, chutando con serenidad y a media altura. Y el propio Moll fue el autor del 6-1, tras recibir un pase adelantado, al espacio, de Kubala, que le permitió driblar al portero y marcar.
Y Pivatelli, otra vez, a los 20 minutos de la segunda parte, aprovechando un balón que se le escapó a Marcel Domingo, estableció el 6-2 definitivo. Al final, puso por las nubes a su marcador, el central Parra a quien calificó de “muy buen defensa y muy noble”. Nobleza que, en la época, le costó alguna crítica de quienes sostenían, entonces como ahora, que un defensa debe “pegar más”. El egarense Parra, santo y seña del Espanyol, nunca lo hizo, entre otras razones porque le bastaba y sobraba con su clase exquisita. El propio Kubala admitía y glosaba la clase de Parra, al reconocer, tras el partido que “así da gusto jugar. Lo otro, es una guerra”.
Di Stéfano, declaró que “en la primera parte estaban como asustados porque tal como jugábamos nosotros no era para menos. No tuvimos necesidad de seguir apretando en el segundo tiempo”. Por cierto que en el último minuto de la primera parte, Alfredo se había presentado, solo, ante el portero…y le entregó, gentilmente, la pelota. Preguntado, al final, porque lo había hecho, contestó: “No quise fusilarle. Ya bastaba con 6 goles”.
Incluso Ramón Alberto Villaverde que, con molestias físicas, no había tenido su mejor día, mereció este elogio del periodista madrileño Rafael Martínez Gandia en las páginas del entonces semanario Marca: “Decían que era un petardo. Ha resultado ser la bomba H…con bigote”. Lo cierto es que, en Barcelona, a pesar de que Villaverde fuera capaz de fallar goles cantadísimos, le llegamos a querer mucho. Y entre nosotros se quedó para siempre.
El entrenador italiano, Vini, se mostró entusiasmado con lo que había presenciado. Y paladeado a pesar de la amplia derrota. “Tengo 54 años –dijo- he sido internacional y debo reconocer que nunca había visto nada igual. No me duele la experiencia porque he asistido a una gran tarde de fútbol. Jugar mejor, es imposible”.
Y, ciertamente, el espectáculo de aquel primer tiempo resultó excelso. Realmente sublime. En el viejo y entrañable campo de Las Corts, resonaban las voces de los jugadores, dadas sus especiales características y la cercanía de de las gradas al césped. Ya desde el primer minuto Kubala y Di Stéfano tuvieron un especial deseo de sintonizar y de llegar al público. Así, cuando tenía el balón el barcelonista, Di Stéfano emprendía una veloz carrera, gritando “Lasziiiii…mientras esperaba que le llegara el balón servido por su buen amigo. Amigo a pesar de que éste era el líder del eterno rival. Y el pase, de treinta metros, siempre en profundidad, llegaba medido, preciso, magistral. Y si la pelota estaba en poder del madridista, era Kubala quien corría y gritaba, a su vez, “Alfredooo…”. Y él era, entonces, el receptor de otro pase perfecto, metódico, soberbio. Quienes tuvimos la suerte de ver y disfrutar, en directo, aquel partido, asistimos a una lección de fútbol en todos los órdenes: desmarques, engaños, filtraciones, toques en corto, pases largos, diagonales dibujadas…Toda una sinfonía de combinaciones a cual más bella, exacta y espectacular.
Seguro que si a Di Stéfano le preguntan hoy en día –como ya lo hicimos entonces- si “se había sentido muy a gusto” recibirán la misma respuesta: “Acertaste, viejo. Muy a gusto”. Pero aquel día, al oír esto y en la penumbra del vestuario, alguien apostilló:”Pues así te hubieras sentido siempre de no haberte dejado marchar”. Esta frase, clara alusión a la pugna Barça- Real Madrid por su fichaje, no tuvo, entonces, respuesta. Hoy probablemente la tendría y muy concreta, visto el posicionamiento de Alfredo como santo y seña del madridísmo de la mejor época y su condición de Presidente de Honor de un club que, mal que nos pese a los barcelonistas, se lo ha dado todo.
Lo que si habría hoy, como las hubo entonces, en el caso de que el gran Kubala siguiera entre nosotros, son las palabras de los dos monstruos del balompié que siempre tuvieron una consigna clara: “Aquí jugamos todos. No somos nosotros solos. Formamos un equipo”.
Pero ellos, uno y otro, otro y uno, establecieron la diferencia. Los aficionados más jóvenes no habíamos visto nada parecido. Tan solo comparable, por decir algo, a lo que poco tiempo antes nos había ofrecido la visita, en el mismo escenario de las Corts, el San Lorenzo de Almagro argentino, también azulgrana, por cierto, que sentó cátedra con los míticos Pantoni, Ferro y compañía, a la vez que nos enseñaba que al fútbol se juega mejor con “zapatillas” que con aquellas botas infames que calzábamos nosotros, niños, jóvenes, aficionados y profesionales, que pesaban como medio kilo cada una.¡Y no digamos, refregadas en el barro, un día de lluvia!
En definitiva, aquel 26 de enero de 1955 bien puede afirmarse que se acabó con la socorrida cantinela de que “cualquier tiempo pasado, fue mejor”. Ya no lo era. Habíamos asistido a la sublimación del fútbol.
¡Ah!, casi me olvido de decir que el partido lo arbitró Azón, el mejor colegiado de la época. Claro que, de hecho, fue como si no hubiera estado…
Imprimir artículo
No hay comentarios:
Publicar un comentario