miércoles, 20 de febrero de 2013

Compras,ventas y apuestas


En pleno apogeo de supuestas  compras, ventas, amaño de partidos, resultados apañados y apuestas fraudulentas, quisiera aclarar que todo esto, con mayor o menor escala, siempre ha sucedido…y no sé  si, desgraciadamente, siempre sucederá.
                Vayamos con hechos acontecidos en otras épocas, que no me contaron.  Los viví yo. Por ejemplo recuerdo un individuo, que nadie supo nunca  de donde había salido,  pero al que de repente te encontrabas por esos campos de Dios. En los hoteles, antes de los partidos,  el tipejo en cuestión –puro en ristre, eso sí, siempre- se dirigía a nosotros  y tenía la desfachatez de enseñarnos a los periodistas un maletín lleno de billetes de curso legal. Lo abría y se vanagloriaba, “mira, mira…tres millones. Son para el árbitro”. Y te dedicaba un guiño que, supongo, pretendía ser de complicidad.  Nunca supe, realmente, el destino de aquel dinero. Porque después del alarde en el hotel, ya no volvíamos a verlo. Y los árbitros, como siempre, se equivocaban y no dejaban  satisfechos a casi nadie. Igualito, igualito que hoy en día. Y a veces –también como hoy en día-  resultaban sujetos decisivos en el resultado final de algunos partidos.
                Al paso de  los años y encontrándome  en el despacho del  director general de una empresa multinacional muy importante, el individuo  en cuestión,  entró en aquella estancia, sin  llamar y con el desparpajo –y el descaro de siempre- diciéndole al gestor en cuestión: “Todo a punto para esta noche”. Y, claro, acabó con el guiño que yo ya conocía.  Y el habano siempre entre los labios. La vida me ha enseñado, andando el tiempo, que hay extraños y misteriosos personajes capaces de nadar en la abundancia entre falacias y bribonadas.  Y a quienes nunca les pilla nadie porque no dejan pruebas y son  mucho menos simples, supuestamente, que los Urdangarín de turno, pongamos como ejemplo.
                En otra época y durante cuatro o cinco temporadas, apareció un nuevo individuo siempre acompañado de otro maletín. Su “modus operandi” era otro. Le  pedía el dinero  al presidente de determinado club,   con la consigna de que era “para el árbitro”. Naturalmente, el  carriel en cuestión se llenaba también con billetes de curso legal. Se destinaba únicamente a los partidos jugados como equipo visitante. Si el equipo , ganaba, el argumento era siempre el mismo: “Ya has visto, eh…El árbitro ha estado genial. Ya te lo dije…” Y el hombre se quedaba con el dinero, porque no conocía al colegiado  ni había tenido ningún trato con él. ¿Qué el partido se perdía?.  Pues muy fácil: “Toma el dinero. No ha podido ser.  Estaba presente un delegado de los árbitros y había que andarse con mucho tino”.  Lo billetes volvían al presidente del club en cuestión, que pensaba: “Que hombre  más honrado”. Así,  aquel tipo llegó a reunir varios millones de pesetas. Y en ningún caso había oportunidad de una foto “robada”-en aquel entonces no se estilaba ni había teles con programas…-bueno, programas…- y por lo tanto no existían pruebas.
                Como tampoco existieron en un partido concreto en el que se enfrentaban dos equipos determinados, uno de los cuales estaba al borde del descenso y  al otro,  los puntos no le importaban ni poco ni mucho. Para que no hubiera dudas, el dinero se depositó en el despacho particular de un personaje de grandísima categoría e influencia, al que si el equipo que debía hacerlo, perdía,  tenía que dirigirse para cobrar. Aquí había en el embrollo mucha gente, desde la base hasta lo más alto. Me lo contó, poco después, un intermediario –que ya no está entre nosotros- sin  que nadie pudiera sospechar lo más mínimo y mucho menos, como digo, hacerse con una prueba que permitiera denunciarlo.
                Y ahora que es tan fácil y desahogado mezclar a jugadores y equipos determinados con chanchullos y tejemanejes –las apuestas, que entonces no existían, es cierto que han ensuciado mucho el fútbol y otros deportes- quiero romper una lanza a favor de la honradez de los jugadores. Cierto que, como en todos los órdenes de la vida, los habrá indignos. Pero  no se puede –ni se debe- generalizar como parece que es tan fácil hacerlo hoy en día. En mi época de entrenador profesional, llegó el final de una temporada en la que nosotros ya no nos jugábamos más que  la honrilla. Y en un partido determinado, un responsable del club solicitó entrar en el vestuario antes del partido. Yo tenía por norma no dejar entrar a los directivos –ni siquiera al presidente- ni antes ni después de los partidos. El vestuario era sagrado. Para los jugadores, para mis auxiliares y para mí.  En mis tiempos de Seleccionador catalán,  ni el mismísimo presidente Pablo Porta (q.e.d.) estuvo nunca en el vestuario… Pues bien, aquel día, como digo, un alto dirigente me pidió permiso  para hacerlo. Como terminaba la temporada, creí que iba a despedirse antes de las vacaciones y le permití que entrara. Comenzó a hablar: “Bueno…Ya sabéis que nosotros estamos tranquilos pero a nuestro adversario de hoy les hacen falta esos puntos para salvarse. También sabéis que nuestra economía no es demasiado boyante y por eso, el presidente del otro equipo ha hablado con nosotros para decirnos que…”. No le dejamos terminar.  Justo cuando yo iba a pedirle que dejara el vestuario, el defensa  central,  de pie en el banquillo y con las botas en la mano, me dijo: “Míster…O le echa usted o lo saco yo a zapatazos”. Y ello con el beneplácito de todo el equipo y mi entera satisfacción por estar al frente de un equipo cuya rectitud y moralidad nunca había puesto en duda.
                Quiero decir con ello, que en este teatro del fútbol, casi siempre los más honrados son los actores. Como aquellos jugadores míos, profesionales,  pero a quienes no les sobraba el dinero,  o estos supermillonarios  de hoy a quienes parece tan fácil vilipendiar y ensuciar su reputación. Qué habrá un –o unos pocos-indeseables. Por supuesto. Pero ni más ni menos que en la sociedad en general.
                Por eso quiero romper una lanza a favor de los futbolistas. Y a quienes se empeñan en insultar y menospreciar a unos profesionales íntegros, decirles  que se hagan con las pruebas necesarias e indispensables antes  de colmar de indignidad a unos seres, en su inmensa mayoría,  honorables y respetables profesionales, con el único objeto  de llenar de bazofia determinados espacios de prensa, radio y televisión que tanto daño hacen a la sociedad.