No me gusta Djokovic. Lo confieso…Pero que nadie se confunda. Se que tan solo ha perdido 2 de los 66 partidos jugados últimamente. Se que ha ganado tres de los últimos torneos de Grand Slam –Australia, Wimbledon y Flushing- y que ha derrotado a Nadal en las últimas 6 finales en que ambos se han enfrentado.
Se también que es poseedor del resto más terminante y definitivo de entre todos los mejores campeones del momento. Sobre todo, de derecha. Y que la suerte o el tino –o ambas cosas- le acompañan en esas bolas que envía para que rocen la línea, por fuera. Es el filo de la navaja. También la cinta le ayuda en ocho o nueve veces de cada diez porque está en estado de gracia. No se me escapa nada de eso…
Pero no me gusta el serbio desde hace tiempo. Desde que, muy jovencito, le ví, en Paris, tonteando con supuestas molestias que convertía en presunta lesión para ser atendido por el fisio y detener el juego perturbando así el dominio a que le tenía sometido el adversario. La escenita se repitió en Roma. El público le silbaba pero el reglamento permitía y toleraba su estratagema. Desde entonces no me gusta Nole. Y desconfío de su mirada, de su actitud, de su proceder…Ya saben: un día llegará el lobo, de verdad y por mucho que grite, nadie le va a creer.
En esta última final de Nueva York, Un Djokovic, tocado por una varita mágica o por la gracia de Dios, dominaba con cierta comodidad a Rafael Nadal quien desde hace unos meses intenta dar con la táctica para cambiar la tónica de esas últimas 6 finales jugadas contra el serbio. Personalmente creo que Rafa se equivoca jugando demasiado blando, con un revés cortado, alto y con poca profundidad, golpe que debería de ser un recurso extremo y no un arma táctica que no surge ningún efecto positivo. Desde que el manacorí se empeña en utilizar este golpe, antes muy poco frecuente en su repertorio, su juego pierde profundidad y, en consecuencia, eficacia. Un golpe así, pegado con bote por debajo de la rodilla, se estrella, seguro, en la red. Si el bote es más alto, y el golpe paralelo, o se va fuera o es una invitación al remate del adversario. Comprueben las últimas estadísticas…
Pero al margen de todo esto, encontramos en la final de Nueva York, por ejemplo, la actitud del serbio al quejarse de dolores en la espala. Curiosamente, cuando Nadal comenzaba a entrar en el partido y se intuían posibilidades de que le diera una vuelta espectacular al marcador. Este tipo de artimaña es más viejo que el hambre. Y por eso no me gusta Djokovic.
El tenista balcánico se pellizcaba -.para dar “muestras” claras de lo que le dolía- la zona del dorsal ancho y/o del oblicuo mayor del abdomen, en el costado derecho. El primero de esos músculos es el que, mayormente, la manipulaba el masajista en sus apariciones sobre la pista del Arthur Ashe Stadium. Pero a la hora de pegarle a la bola, liftándola muy arriba, lo hacía con su estilo característico: golpe firme, en salto, manteniéndose en el aire y terminando el recorrido de la raqueta perpendicular al suelo. No lo cierra acabando con la raqueta por encima del hombro contrario. Yo les invito, si tienen contracturado el dorsal ancho y/o sienten dolor en esta zona, prueben a pegar ese golpe como lo hacía Djokovic .Ya me dirán si lo toleran.
Si…Ya se que en esos momentos el servicio del serbio perdió potencia. Podía tener, ciertamente, molestias y exagerarlas. O podía ser otra estratagema. Yo he visto perder muchos partidos, que aparentemente estaban ganados, porque el dominador, viendo los problemas del adversario, se queda sin capacidad de reacción, dado que su mente no está preparada para aceptar una situación inesperada, antes y durante el encuentro.
Hacia el final, también Nadal pareció tener problemas en su pierna derecha. Puede que asomo de calambres, dada la dureza del partido, hasta entonces, el calor bochornoso que había que soportar y el antecedente, muy reciente, del mallorquín retorciéndose de dolor y derrumbándose en la sala de prensa. Pero Rafa no paró el juego, soportó e mal trago como pudo, incluso aparentó entregar los últimos puntos sin rechistar y sin correr, porque no podía hacerlo. Y no llamó a nadie. Insisto, no detuvo el juego. Le dio la mano a su adversario y le felicitó.
Por eso no me gusta Djokovic. No discuto que hoy es el número uno. Solo me atrevo a censurar su comportamiento que, yo, no veo claro. Puedo estar equivocado, por supuesto…
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